Para Isaías Peña Gutiérrez
Al comienzo de todo, después
de vomitar todos mis santos,
me hice partidario de la doctrina aristotélica,
que obliga a sus seguidores
a pensar del siguiente modo,
“si toco un vaso con mi dedo,
este vaso será un contendor
o de agua o de leche, o puede
que esté completamente vacío,
pero su esencia no se borra”.
así, me iba por los caminos,
predicando mi arrogancia,
“no hay separación del cuerpo
y del alma”, el caballo y el jinete
son la misma cosa, decía yo a la gente,
todo lo demás son puras pamplinas,
más de un tomate y huevo
me cayeron en la cabeza
al preguntar a la audiencia
las típicas preguntas
del circo romano: “¿qué fue primero,
el huevo o la gallina?”,
hasta que vino Galileo
y puso en orden las estrellas,
vio montañas en la luna,
y lo que es más fino de todo,
gracias a la invención del telescopio
yo mismo pude poner
un grito en el cielo.
lunes, 23 de agosto de 2010
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2 comentarios:
Gracias querido Eduardo.
Tus obras son magníficas.
Besos.
Y viste el grito en el cielo y tanto más poeta, porque la arrogancia de creer saber de nada nos sirve.
Un abrazo.
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